-"Mamá, ¿Qué te pasó? Cálmate, cálmate. Yo estoy aquí. Todo va a estar bien", me dijo Mariela con preocupación en sus ojos.
Inhalé, y miré a la señora que estacionó su carro al lado del mío, casi dándome. Por estar mirándola y por el susto de casi ser atropellada, fue que me cerré la puerta en el dedo.
-"Mamá, tranquila que los ángeles nos protegen", me dijo mi hija.
Corro hacia la acera y ella viene con el paquete de Chubs que siempre tengo en el asiento de atrás, y se pone a limpiarme el dedo y aguantar la sangre. Yo, bailo como si fuera una india Chayenne o quizás Cherokee, dando brinquitos en un solo pie. Y cierro los ojos y muevo la mano para bajar el dolor.
-"Mamá, respira que estoy aquí y ya vienen los ángeles a ayudarnos y yo soy tu doctora", me dice la nena.
Entonces llegó el angel. Venía vestido de celador. Era el guardia de seguridad de este viejo y casi abandonado mall en Loíza. Él, un señor mayor, canoso y negro como el dolor que sentía en mi dedo cada vez que me latía.
-"Señora, ¿está bien? Le voy a buscar una Panadol para que no le dé dolor", me dijo, y se fue a su destartalado carro a buscarla.
-"Vez Mamá? Te lo dije," me dice la nena, mientras me da la botellita de agua que siempre llevo en mi cartera.
Me tomé la Panadol, le di las gracias y salí con la nena al Walgreens de la esquina para comprar curitas. De paso le compré un chocolate al señor que vino en mi ayuda.
Cuando le dimos el chocolate el sonrió y dijo "Demos gracias a Dios". Mariela y yo dijimos amén. Y la señora que por poco me choca y que por yo mirarla me cerré la puerta en el dedo, seguió sin inmutarse, mirándonos.
-"Mamá, ya vas a estar bien. Yo te cuido. Soy tu doctora y papa Dios nos ayudó", me dijo mi hija.
Y yo, sonreí, y dije "así es. Él no nos abandona". La agarré de la mano, y nos metimos al beauty, a lo que veníamos. Mientras pensaba en que la solidaridad se enseña y se comparte y se multiplica..
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