“No te quejes”. Esa es mi frase favorita. Siempre
he sabido de su existencia pero desde hace 11 años la he ido convirtiendo, poco a poco, en mi mantra.
“Ay que si estoy sin trabajo”. “Ay que todo
está tan caro”. “Mi marido me abandonó”. “Mi mujer pelea mucho”. “Mis hijos me
tienen loca”. “Las deudas me abruman”. “Me duelen los huesos”. “Tengo alta
presión”. “Estoy enfermo”. “Estoy harto
de mi trabajo”. “Tengo demasiado estrés”. “Estoy cansado”. “Que si los chavos
no me dan”. “Que me chocaron el carro y no sé quién fue”. “Que perdí a un ser
querido”. “Que estoy gordo/flaco/viejo/calvo/soltera/divorciada/casada… etc…” En fin, son miles las quejas que una escucha a
diario donde quiera que me meta. ¡Parecería que en Puerto Rico vivimos en el
país de las quejas!
Nos quejamos de la economía, del gobierno, de
las tiendas, de todo. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a mirar a nuestro
alrededor que siempre hay alguien en peor condición que uno.
No, no se trata de ser conformista o mártir. Se
trata simplemente de coger aire y darse cuenta de que por más que uno se queje,
siempre una tiene cerca a alguien que las está pasando peor. Tanto he aprendido
a no quejarme que cuando escucho quejas continuas de alguien, simplemente me
callo o me voy del lugar porque no las tolero en mi sistema. En realidad me
hacen daño.
Yo he ido aprendiendo a dejar de quejarme sin
razón, gracias a mi hija y a su entorno. Lo he ido aprendiendo desde que nació.