Suelo preocuparme demasiado, pero ese, fundamentalmente, es el rol de
una madre. Y cuando se es madre de un hijo con alguna necesidad especial, la
preocupación a que te lo rechacen, es algo cotidiano. Vive con una. Es esa punzada
en el corazón que te lo desgarra, te lo abre en dos en el momento en que ves
que maltratan a tu hijo porque lo ignoran y lo desprecian, o se burlan. Es algo
inevitable porque siempre sucede, pero el dolor se combate con la mente y con
el corazón. Y con astucia y encanto.
El corazón y el encanto lo pone mi hija, yo trato de poner la mente, y
algo de astucia. Yo me molesto, me da coraje o lloro cuando la rechazan o la
ignoran, algo que sucede a menudo. Ella suele aislarse. Se va al cuarto, prende
el televisor y empieza a bailar. O se mira frente al espejo, reafirmándose a
ella misma su belleza única y comienza a practicar peinados. O llega al piano y
lo toca. A los cinco minutos ya se está riendo, como queriéndome decir: “Mamá,
pasa la página, por favor”. Yo lo intento.
No es cosa fácil. Es que el rechazo hacia los niños con impedimentos o
con necesidades especiales es algo bastante común en una sociedad donde no se
fomenta la inclusión. Aunque las leyes dicen que no se puede discriminar, o que
todos somos iguales, no es así. Por eso es que hay que combatirlo.