Esto pasó
esta mañana de camino a la escuela:
-“Mamá, tengo el corazón que me late con coraje”, me dice ella.
-“Mamá, tengo el corazón que me late con coraje”, me dice ella.
- “¿Con
coraje? ¿Y por qué con coraje?”, le
pregunté yo por respuesta.
- “Porque no quiero
ir a la escuela. Quiero seguir durmiendo Mamá. Yo soy muy vieja para ir a la
escuela. Allí van niñitos”, me respondió.
Yo quería reírme a carcajadas porque es una de sus típicas
ocurrencias, pero me mordí la lengua para que no se molestara. “¿Tú no quieres
ira a la escuela? ¿De verdad? No te entiendo porque siempre me dices que te
gusta ir a la escuela y que vas a ver a tus amigos. Y a la escuela van niños de
todas las edades. Tu todavía eres una niña, no una vieja ¿Por qué no quieres
ir?”.
-“Es que ya mismo yo cumplo 10 años Mamá”, me dice.
-“Eso no es excusa. Tienes que ir y te va a gustar”, le
dije.
-“Ok Mamá, pero yo quería seguir durmiendo”, me dijo.
El desánimo fue momentáneo porque al minuto y medio de
decir esa oración nos estábamos estacionando frente a su Centro Educativo
Subiry y ella divisó a su amiga Yiviangely. Se le olvidó todo y empezó a gritar
de alegría. “Mamá mira mis amigos, y a mis maestras. Quiero ver a maestra
Alicia. Ojalá que sea mi maestra de grupo quinto”, me dijo, y bajó corriendo a
abrazar a sus compañeros de clase. Se le olvidó el cansancio, la viejera y el
sueño. Atrás quedaron las quejas. Se olvidó de mí.
Es que hoy, como vivieron miles de niños en las escuelas
públicas y muchas de las privadas del país, fue el primer día de clases.