Mi hija en una presentación en un centro comercial. |
Baila todos los días, a todas horas. Con música
frente al televisor o con los audífonos puestos. O sin música, imaginando notas,
y con cada una se inventa coreografías sin parar. Mi hija nació para ser
artista y le gusta el baile. Lo difícil es que el baile no necesariamente se
adapta a ella. O por lo menos, el baile institucionalizado.
En Puerto Rico es sumamente difícil encontrar
un espacio para niños con algún impedimento físico en las escuelas de baile y de
ballet. Se discrimina, y mucho. No es fácil encontrar un espacio libre de
prejuicios y con los acomodos razonables para que los niños disfruten, como
cualquier otro niño lo haría.
Y hoy, viendo un reportaje que me señaló una amiga en su wall de Facebook acerca de cómo el New
York City Ballet ofreció unos talleres a niños con impedimentos, pensé que
estaba lista para contar nuestra historia. La historia de mi hija y la mía,
porque con la distancia del tiempo una aprende a contener las emociones, a
tragar cuando se te asoma una lagrimita o a contar hasta diez para no lanzar
improperios contra el sistema, como me pasaba hace unos años cada vez que nos
topábamos con una barrera arquitectónica y de mente. ¡Y qué muchas fueron!
Comienzo como lo hacen en el reportaje: “Cuando
una madre como yo tiene un hijo con algún impedimento, gran parte del tiempo que
pasamos juntos se dedica a intervenciones médicas y terapias. Mi vida entera es
como si fuera un programa de “Mami y yo”, y dada la condición de mi hija, sé
que mi vida entera será así mismo”, dice la madre en el vídeo.