Duró en casa sólo dos días. Así como llegó por sorpresa el jueves cuando
la maestra se lo regaló, así de rápido se fue Emilio. El pollito ruidoso, y un
poco asqueante, ya se fue y mi hija está feliz. No lloró ni se afectó porque se
fue. Y eso se lo debo al poder de convencimiento que tiene su primo Sebastián.
Saqué provecho del amor incondicional que ambos se tienen, y de que mi hija ve en Sebastián al hermano que no tiene.
Esa es una tremenda táctica para padres y madres en niveles
insospechados de desesperación como los que experimenté yo al ver que el regalo
de una maestra fue un pollito. Desde que lo ví, y cuando luego sentí plumitas
suspendidas en el aire dentro del carro cuando el pollo se soltó volando, supe
que no podría soportar una mascota más en mi casa. Perro y coneja son más que
suficientes y el pollo me sacó de quicio. Pero, ¿Cómo se lo iba a decir a mi
hija? Ella no sólo le había puesto el nombre de su amiguito, Emilio, sino que
decía que era su nuevo hijo y que lo amaba.