Saturday, March 31, 2012

Sebastián sacó a Emilio: el poder del convencimiento


Duró en casa sólo dos días. Así como llegó por sorpresa el jueves cuando la maestra se lo regaló, así de rápido se fue Emilio. El pollito ruidoso, y un poco asqueante, ya se fue y mi hija está feliz. No lloró ni se afectó porque se fue. Y eso se lo debo al poder de convencimiento que tiene su primo Sebastián.

Saqué provecho del amor incondicional que ambos se tienen, y de que mi hija ve en Sebastián al hermano que no tiene.


Esa es una tremenda táctica para padres y madres en niveles insospechados de desesperación como los que experimenté yo al ver que el regalo de una maestra fue un pollito. Desde que lo ví, y cuando luego sentí plumitas suspendidas en el aire dentro del carro cuando el pollo se soltó volando, supe que no podría soportar una mascota más en mi casa. Perro y coneja son más que suficientes y el pollo me sacó de quicio. Pero, ¿Cómo se lo iba a decir a mi hija? Ella no sólo le había puesto el nombre de su amiguito, Emilio, sino que decía que era su nuevo hijo y que lo amaba.

Thursday, March 29, 2012

Emilio dice “pío, pío, pío”


Llovía afuera y tenía prisa. Bajé del carro con dos sombrillas para que Mariela no se mojara al salir de su escuela, pero ella me recibió con una sorpresita.

-“Mamá, mamá, tengo a mi nuevo hijo”, me dijo mi hija casi sin detenerse, con una sonrisa de oreja a oreja que provocó no sólo asombro en mí, sino curiosidad.

-“Se llama Emilio, como mi amigo. Es un pollito y es mi hijo”, me dijo la nena.

Aquella cajita de zapatos con tapa que había pedido ayer su maestra era para guardar celosamente allí a su regalo. Los otros 12 niños del salón en esa escuela especial tenían iguales cajas con rotitos de los cuales se escapaban distintos tonos de “pío, pío”.

Para colmo le puso de nombre Emilio. Pensé que sonaba a Emilio “Millo” Díaz Colón, el Superintendente de la Policía que el Gobernador había botado en la mañana. Pero, no. No era un aficionado al golf ni a esconderse. Era un pajarito negro que piaba sin parar.

-“¿Un pollito?”, dije yo, tragando para que no sonara como un grito. “Pero, y ¿por qué un pollito?”, pregunté mirando a las maestras.