Duró en casa sólo dos días. Así como llegó por sorpresa el jueves cuando
la maestra se lo regaló, así de rápido se fue Emilio. El pollito ruidoso, y un
poco asqueante, ya se fue y mi hija está feliz. No lloró ni se afectó porque se
fue. Y eso se lo debo al poder de convencimiento que tiene su primo Sebastián.
Saqué provecho del amor incondicional que ambos se tienen, y de que mi hija ve en Sebastián al hermano que no tiene.
Esa es una tremenda táctica para padres y madres en niveles
insospechados de desesperación como los que experimenté yo al ver que el regalo
de una maestra fue un pollito. Desde que lo ví, y cuando luego sentí plumitas
suspendidas en el aire dentro del carro cuando el pollo se soltó volando, supe
que no podría soportar una mascota más en mi casa. Perro y coneja son más que
suficientes y el pollo me sacó de quicio. Pero, ¿Cómo se lo iba a decir a mi
hija? Ella no sólo le había puesto el nombre de su amiguito, Emilio, sino que
decía que era su nuevo hijo y que lo amaba.
-“Mamá, Emilio es mi hijo. Es amor. Los animales son de Dios”, de decía constantemente mientras yo asentía aunque por dentro me desesperaba al escuchar el constante ‘pío-pío”.
Pensé regalarlo. Llevarlo a una pollera. Se lo ofrecí al menos a cuatro
personas, pero nada. No encontraba solución…. Hasta que llegó Sebastián, el
primo que ella adora porque es el más cercano a ella en edad. Ella tiene otros
cinco primos, pero Seba es el más cercano a ella y ella lo quiere con locura.
-“Sebastián necesito ayuda. Por favor, dile que tenemos salir del
pollito”, le dije a mi sobrino.
-“Titi no te preocupes que yo hablo con Mariela”, me dijo, como si fuera
un hombre adulto, decidido. Yo lo observé caminar hacia el cuarto donde mi hija
bailaba frente al televisor junto a su primita Patty.
Mientras lo veía de caminar, tan alto y espigado, pensé en que hay
ciertas personas que nacen con ese donde de comunicar y de convencer. Son de
ese tipo de personas que tienen el poder de influir en otros a tomar
decisiones. Decía Max Weber que el poder es cada oportunidad en una relación
social que permite a un individuo cumplir su propia voluntad. Freud en su libro
“Sicología de las Masas”, decía que el poder del líder está en su capacidad de
recrear el idear narcisista de los sujetos. O sea, el que los sujetos piensen “yo
quisiera ser como X persona”. Y Weber decía que el poder de convencer, de
persuadir, depende mucho de la audiencia.
El poder del convencimiento, sin duda, viene del carisma y la capacidad
que tenga esa persona para comunicarse efectivamente. No todas las personas
tienen ese don. Sólo algunos líderes nacen con eso. Sebastián tiene ese poder.
En mi experiencia como comunicadora, periodista y relacionista
profesional, sé que para lograr persuadir a otros a cambiar de posición hay cinco
reglas básicas: Establecer con claridad el asunto y la posición que se quiere
presentar; Proveer una opinión apoyada en datos y un razonamiento empírico; Considerar
los puntos de vista opuestos; Utilizar la lógica y la comunicación efectiva; y Concluir
el acercamiento a otros, resumiendo las razones para que cambien de posición o
para que actúen.
Imagino que Sebastián utilizó esas cinco reglas para convencer a mi hija
porque en cuestión de diez minutos salió del cuarto diciéndome “Ya está todo
bien. Puedes llevarte el pollito que Mariela entendió”, me dijo.
Y yo me quedé pasmada porque sé que bregar con niños con algún
impedimento no es cosa fácil. Le pregunté cómo la convenció porque a mí no me
hacía caso.
-“Fácil. Le dije: “Mariela, ya tu tienes a Pookie y a Tesi. Tienes que
entender que es mejor llevar al pollito con sus hermanos y su familia para que
no esté sólo”, y ella me dijo que estaba bien”, dijo Sebastián.
Así de sencillo. En cuestión de nada el estableció con claridad el
asunto, le dio razones lógicas y efectivas, y mi hija se convenció.
Hoy llevamos el pollito al Agrocentro donde mismo había comprado el
jueves la jaulita. Mariela misma lo colocó en otra jaula con unos “hermanitos”.
Pero antes se despidió, le dio un beso y le dijo “Todo está bien, Emilio, vete
con tu familia”.
A pesar del desespero que me
provocó el constante “pío-pío” y el asco de bregar con el pollo, yo tenía miedo
de la reacción de mi hija. Pensé que sufriría por su apego a los animales que
son, como ella misma dice “mis hijos”. Pensé que al ser hija única y estar casi
siempre sola recurre a sus mascotas para encontrar el cariño de unos hermanos.
Olvidé yo que el amor supera todo, y que aunque se vean poco, el amor
entre ella y sus primos, logra cualquier cosa. Olvidé también que hay seres con
un don especial como tiene Sebastián, que tiene ese carisma de líder y nació
con el poder del convencimiento.
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