Llovía afuera
y tenía prisa. Bajé del carro con dos sombrillas para que Mariela no se mojara
al salir de su escuela, pero ella me recibió con una sorpresita.
-“Mamá, mamá, tengo a mi nuevo hijo”, me dijo mi hija casi sin detenerse, con una sonrisa de oreja a oreja que provocó no sólo asombro en mí, sino curiosidad.
-“Se llama Emilio, como mi amigo. Es un pollito y es mi hijo”, me dijo la nena.
Aquella cajita de zapatos con tapa que había pedido ayer su maestra era para guardar celosamente allí a su regalo. Los otros 12 niños del salón en esa escuela especial tenían iguales cajas con rotitos de los cuales se escapaban distintos tonos de “pío, pío”.
Para colmo le
puso de nombre Emilio. Pensé que sonaba a Emilio “Millo” Díaz Colón, el
Superintendente de la Policía que el Gobernador había botado en la mañana. Pero,
no. No era un aficionado al golf ni a esconderse. Era un pajarito negro que
piaba sin parar.
-“¿Un pollito?”,
dije yo, tragando para que no sonara como un grito. “Pero, y ¿por qué un
pollito?”, pregunté mirando a las maestras.
Una me miró y sonrió. Otra, bajó la mirada. Y la maestra de salón hogar, sonriendo, me dijo que ese era el regalo de Pascua. Supe después que todos los años hace el mismo regalo a sus alumnos.
En
milisegundos pensé que era una locura. El dolor de cabeza que tenía y que me
viene acompañando hace dos días en ese momento llegó a niveles insospechados.
Me quedé sin aire. Era la sensación típica de cuando el estrés está en su punto
culminante. Yo había llegado temprano para recogerla rápido ya que tenía su
terapia del habla. Como siempre, tendría que comerse algo en el carro antes de
su terapia. El pollito y la dinámica en torno a este elemento nuevo en el
trajín diario me sacaron de ritmo.
-“¿Y qué voy a
hacer yo con un pollito en casa? Ya tenemos un perro y una coneja”, le dije, un
poco áspera, pensando sin decir “qué coño voy a hacer con un pollo yo ahora”.
La maestra
sonreía, y eso me detuvo.
Miré las caras
de cada uno de los niños y niñas. Sus ojos brillaban de alegría. Sonrisas que
expresaban esa inocencia que hemos perdido en la sociedad. Todos desbordaban
esa energía que simboliza una explosión de vida. Cada cual con una cajita o con
el pollito en manos. Pensé que sólo para ver esas caras era motivo suficiente
para hacer ese regalo.
Sonreí a ver
los niños y escuchar a la mía diciéndome lo que sentía.
-“Mamá yo lo amo. Tengo más amor ahora con este pollito que es mi hijo”, me dijo ella.
Ella está emocionada y saca al pollito de su caja, pero se le escapa y empieza a volar dentro del carro.
-“Coge el
pollito que estoy guiando”, decía yo, esquivando un carro al salir de la Avenida
Ramírez de Arellano rumbo a la 177, pero el pollo volaba y mi hija reía. Sentí
un aleteo en la oreja pero creo que fue el estrés porque al girarme y mirar,
Emilio estaba en su regazo, y ella lo acariciaba.
Así nos fuimos a buscar una jaulita, camino a las
terapias. Teníamos media hora, así que nos detuvimos en el AgroCentro. Claro
que iría allí en vez de a PetsMart porque no quería que me estafaran por un
pollito.
Consiguió la
jaulita, la comida y dónde ponerla. Ella iba feliz y yo tensa por el “pío, pío,
pío”.
-“Vamos a que
abuelita vea a Emilio porque tiene que verlo”, y mi hija me hizo parar en casa
de la abuela. Mi madre, me mira y se ríe como queriéndome decir “es tu turno
ahora de complacer”.
Es que eso es
la esencia de ser madre, hacer por los hijos lo que de ordinario una no haría ni
pensaría hacer. Nunca fui “animal lover”. Nunca los tuve porque era una
responsabilidad, pero hace casi cinco años tengo a la coneja Tesi; hace año y
medio al perro Pookie; he tenido a Troy y Tontín, dos pez beta que están ahora
en el cielo de los peces como dice mi hija; y ahora a Emilio
No sé por cuántos días Emilio estará con nosotras, ni si aguante el constante “pío, pío” que ya me enloquece. Sólo sé que mi hija está feliz. Que ella me dice que los animalitos son de Dios y que hay que cuidarlos.
-“Mamá yo le
di las gracias a Maestra Cuqui porque los pollitos son de amor”, me dijo mi
hija.
Los pollitos dicen,
pío, pío, pío,
cuando tienen hambre,
cuando tienen frío.
La gallina busca
el maíz y el trigo,
les da la comida
y les presta abrigo.
Bajo sus dos alas
acurrucaditos
duermen los pollitos
duermen los pollitos
Hasta el otro día
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