Me acabo de
graduar de piscología. No, no lo
estudié. No tengo ni la toga ni el birrete, pero me gradué hoy de
psicóloga-mamá.
Es un título
que no te lo da ningún diploma, pero lo obtienes con mucha práctica, una buena dosis
de paciencia y con mucho corazón. Es el momento “ajá” o el “Aha moment” como
dice Oprah Winfrey, cuando sientes que te graduaste porque lograste arrancar una
sonrisa de esa cara triste y llena de lágrimas de un hijo en pena. Eso me sucedió hace un rato con Mariela.
El piano, lo
tiene desafinado. Por ahora no se puede afinar. Hay que esperar. No fue a su
clase de piano de hoy con su adorada maestra Liza, porque ví que tenía alergia y estaba agotada. Y para colmo, cuando fue a practicar
con el violonchelo, fue un caos. Se le partió la cuerda Sol y el arco del chelo
se despegó.
“!Ay, Dios
mío, no!”, gritó con un chillido que salió del alma, y yo salí corriendo hacia
ella. “¿Mamá por qué me pasan estas cosas a mí, yo soy buena?”, me dijo
desconsolada.