-“Ay Mamá apaga esas noticias que son
aburridas. Ya me cansan”, me espetó, y acto seguido, hizo un gesto como si
fuera a vomitar “Blah”.
-“Pero Mariela, ¿Qué es eso? Tú sabes que yo
vivo pegada a las informaciones. Eso de las noticias es mi vida”, le contesto
al instante, como si fuera un titular, un tanto dolida pero más sorprendida por
su comentario.
-“Yo lo sé, pero son bastante aburridas Mamá.
Son iguales siempre. En la radio lo único que hacen es hablar y hablar y hablar
y aburren. Es siempre lo mismo que marean. Es mejor la música porque es alegre”,
me responde acto seguido.
Un sacrilegio. Siento como si me hubiera dado
una bofetada, como si me clavara un puñal por el centro del pecho, como si
tuviera que aguantar el peor de los castigos al cometer el acto sacrílego
de decir que no le gustan las noticias. ¡A mí! ¡Me dijo eso a mí! Yo que desde
los diez años decía que iba a ser escritora y periodista me dice que las
noticias no le gustan. Yo, que le he dedicado mi vida a las noticias, a
cubrirlas, a producirlas o a asesorar a los que las generan. No puedo. Esto es
terrible. Sentí como si me estuviera apretando por el cuello. Me dieron deseos
de gritar, llorar, correr y taparme los oídos a la vez. Inhalo y exhalo. No
puedo gritar porque se asustaría. Tampoco puedo salir corriendo porque voy
guiando mi guagua, así que opté por comportarme como una adulta.
-“Hija, yo pensaba que a ti te gustaban las
noticias porque siempre las escuchas conmigo”, le digo, tragando gordo.
-“Lo único que me gusta es el tiempo porque
dicen si va a llover, y a veces no llueve. Es mejor las de televisión porque
sale el vídeo y a la Internet cuando ponen los vídeos, pero la radio me aburre
Mamá. Son tristes o aburridas. Blah”, me contesta.
Y yo, con una lagrimita en el ojo izquierdo por
la decepción, pensé que tenía algo de razón. Las noticias muchas veces aburren.
Elucubré inmediatamente en milisegundos sobre la calidad del periodismo y el
ofrecimiento noticioso en los medios del país. Pensé en la educación pública,
en la sociedad, en la libertad de prensa, en los periodistas del país y los
comentaristas, y en todas esas cosas que inculcan en las escuelas de
comunicación. Y llegué a la conclusión
que es otra generación y otros intereses.
Le dije entonces, con resignación en el alma: “Ok,
pon lo que quieras. Yo no te puedo imponer algo que no te gusta hija”, y no
dije más.
Entonces ella estiró su brazo hasta el radio,
puso la música, me sacó la lengua y me dijo:
“Sabía que te ibas a asustar Mamá.
Te cogí de boba. ¡Qué graciosa eres!”, y rompió a reír.
Sinvergüenza, esa hija mía.
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