Ayer fui con
mi hija a comprarle un bulto con rueditas. Iba a ser una salida normal de tiendas, pero siempre surge una enseñanza.
Esta vez fue sobre cómo reaccioné a las burlas que le hicieron a mi hija de
quien menos esperaba.
Mi nena
necesitaba un bulto con ruedas porque los libros pesados en la mochila le
afectan su escoliosis. Yo siempre quise uno con ruedas, pero como ella iba para
séptimo y me dijo que era grande, quería una mochila. El problema es que con
tanto libro y libreta, terminó usando mochila, más bulto, más lonchera y era
una locura. Ella misma me dijo “Mamá, creo que sí tengo que usar uno de
rueditas de niños pequeños porque me pesa la mochila”. Así que cuando pude, me
fui al outlet a comprarla.
Caminamos un
poco, lentamente, por las tiendas, yo agarrándole por el codo o de su mano ya
que en un momento me dijo que se sentía mareada. Estaba cansada y había salido
de tres terapias. Después de mareo y de descansar me dijo que quería montarse
en el carrusel que desde beba le encanta. Pensé que era grande, pero, ¿quién
soy para detenerla? Así que se montó.
La vi grande,
hermosa, pero todavía una niñita. Me monté con ella. Yo en una silla y ella en
el dragón. “Soy como Maléfica, la de la película”, me dijo.
Nos reímos y
con energía renovada, bajamos para irnos.
“¿Quieres un
mantecado?”, le pregunté. “No, mejor comemos algo primero”, me dijo. Y volvimos
a caminar de la mano, lentamente, hasta llegar al área del “food court”.
De pronto veo y escucho
carcajadas. Fuertes. De esas que sabes que son por un chiste o porque te estás
relajando a alguien.
A nuestra izquierda
había una mesa con dos parejas. Parecían esposos ambos. Los hombres con pelos grises,
las mujeres, entradas en años, con melenas rubias. Diría que tenían sobre 60
años cada uno. Con ropa de marca, parecían personas con alto poder adquisitivo,
o quizás de esas muchas que viven de apariencias, comprar en Marshalls y sólo
tienen latas de sopa en sus alacenas. Se reían y se tapaban la cara,
pretendiendo disimular.
Pensé que era
algún chiste, pero seguían. Instintivamente me paré tapando a la nena y los
miré, entonces a los cuatro les dio la pavera. Fruncí mi ceño y seguí. Un poco
más adelante me detuve y volteé a mirar. Veo a una de las doñas imitando como
mi hija iba caminando y a los otros tres riéndose.
Ahí corroboré
mis sospechas. Se burlaban de ella. Respiré. Respiré hondo.
Me subió la
bilis hasta la garganta y estuve a punto de virar a decirles dos o tres cosas
porque ellos seguían mirando hacia donde nosotras y riéndose. No había casi
nadie el en mall. Reflejo de la mala economía, estaba casi vacío. Así que sin
duda, era con nosotras el chiste.
Cuando estoy a
punto de decirle dos o tres cosas, mi hija me mira y me dice: “¿Sabes mamá?
Estoy feliz contigo. Gracias por montarte en la machina conmigo. Ahora vamos a
comer plis”.
Yo tragué
hondo. La besé. No miré hacia la mesa de esas personas.
En condiciones
normales, hubiera virado a decirle dos o tres cosas a esa gente idiota. Soy de
las que no me callo por defender las injusticias. Pero ayer opté por el
silencio. No por cobardía, sino por respeto a mi hija. No lo hice no porque
tuviera miedo o dolor, sino porque no quería exponer a mi hija sabiendo que estaba
cansada. Tampoco quería arruinar su momento, justo después de decirme unas palabras
tan bonitas.
Mi apetito
desvaneció. Yo seguía con un nudo en la garganta, pero al ver su alegría, me
controlé y pensé que Dios no se queda con nada de nadie. A esa gente le llegará
su día.
Entonces hoy, al
levantarme y husmear por Facebook, me topo con un reportaje de ABC que colgó mi
amigo el Dr. José Vargas Vidot en su página. Era de un actor con Síndrome Down y
otro que finge insultarlo para ver cómo las personas reaccionan a las burlas.
Lloré. Lloré fuertes las lágrimas que no salieron anoche.
Pensé que
vivimos en una sociedad en lo que se resaltan los valores equivocados. Lo
lindo, lo perfecto, lo flaco, lo rubio, lo alto, lo joven, lo atlético cosas
así son las que se valoran. El tener o aparentar tener dinero. La fama. El
poder. Son las cosas que como sociedad ponemos primero a una cosa tan simple como
es el respeto a los demás.
Y pensé que
una no debe tolerar las burlas, vengan de quien vengan. Sean, jóvenes o viejos.
También pensé
que uno no debe quedarse nunca callado, pero que debe saber escoger bien sus
batallas. Anoche dejé pasar esa, y en el fondo, no me arrepiento porque evité
hacer a hija sufrir o temer. Pero, no siempre eso sucede. En otras circunstancias,
la respuesta hubiera sido diferente. Hoy sólo sé que esa gente son unos
infelices. Tarde o temprano, a cada cerdo le llega su Navidad.
NOTA: Aquí el enlace para el reportaje de ABC News - http://abcnews.go.com/WhatWouldYouDo/syndrome-grocery-clerk-scenario/story?id=10648284
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