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“Paola, ¿tú sabes
qué? Yo tengo dos Barbies, una que se parece a mí y otra que se parece a ti”,
le dice Mariela al teléfono mientras camina por la sala, brazo cruzado
sosteniendo al otro que lleva el celular. Gesto como de chica grande. Parece
una modelo. Me recordó a una foto que ví de una de esas celebrities de revistas.
Y parece que la Paola le pregunta algo sobre las muñecas o de cuándo se
van a encontrar para jugar.
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“Sí, Paola. Son dos
chicas, como nosotras. Tienen tacos y pelo largo y son coquetas. Una es
princesa y la otra es estrella de rock que se parece como Katy Perry”.
Me pregunto qué le estará diciendo la Paola porque de pronto cambian el
tema y hablan de bailar y de hacerse unas pulseras.
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“Sí, tengo muchas
pulseras” y “¿Tu tienes doce años, verdad Paola? Yo tengo once”, y “tengo una
película nueva de Barbie”;…. “¿por qué no vienes a mi casa?; “me gusta la ropa y los guantes… y el
maquillaje”; … “Ok, Paola, te voy a enseñar el baile que me gusta”….
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“Paola gracias, yo
también te quiero a ti mucho. Gracias por ser mi amiga. Yo te quiero”, le dice
ella, respondiendo a algo que le dijo su amiga.
Entre pregunta y pregunta se ríe, a carcajadas, y yo acá, aguantando
para que no me vea bajar las lágrimitas de emoción.
Es que hoy me ha sorprendido mucho mi hija. Primero en su clase de piano
y luego, porque recibió la llamada de su única amiguita del salón y con quien
lleva más de una hora charlando por teléfono. En su escuela son sólo 10 niños
por salón y desde primer grado son pocas las niñas en la escuela dominada por
varones. Difícil para una nena tan coqueta como la mía el no tener amigas
cerca, pero desde bebé ella ha tenido que aprender a adaptarse a la cañona.
Contra todo pronóstico, contra todo desprecio y abandono de tanta gente. Y es
feliz a su manera y es cariñosa.
De vez en cuando le salen las rabietas que no puedo controlar y que me
dejan temblando, pero sé que es normal en cualquier niña de su edad. Lo converso
y vuelvo a empezar.
Siempre es así. Ella ha aprendido a no rendirse ni a perder las
esperanzas nunca. Eso me lo ha enseñado a mí.
Un ejemplo de esa tenacidad es el piano. Contra todo pronóstico de su
hemipáresis o parálisis, ha seguido. Yo a veces, como me pasó hoy, duermo un
sueño en la clase y quisiera estar descansando en mi casa o viendo televisión,
pero no. No puedo. No puedo hacerlo si ella tiene el ánimo de seguir. Se le
tranca la mano. Le tiemblan los dedos, pero sigue. No se rinde.
Cuando fue aceptada en la Escuela Preparatoria del Conservatorio de
Música a los cuatro años, en donde venía de tomar clases de Kindermusik y
ballet desde los seis meses de edad, yo quedé atónita. Lloré como nunca y sentí
un miedo terrible. ¿Cómo podría ella tocar algún instrumento si no movía una
mano?, me preguntaba. La directora de la escuela me dijo entonces que
probaríamos, que sólo el tiempo diría.
El programa de la Escuela Preparatoria le da a los niños la opción de escoger entre cuatro instrumentos: violín, viola, chelo y piano hasta que cumplen los 12, cuando empiezan a leer música y pueden tomar clases de los otros tres o cualquier otro instrumento. Yo fui a la pediatra, a la neuróloga y a la pediatra del neurodesarrollo para preguntarles qué instrumento escoger, y entre ellas y por recomendación de la directora de la Escuela Preparatoria, cogimos el más difícil que es el piano. Difícil porque tiene que usar las dos manos y los dos hemisferios del cerebro, incluyendo aquél que supuestamente tiene dormido mi hija. Sumar, restar y mover ambos brazos, como si fuera la cosa más natural.
Y así comenzó, poco a poco. Logró mover la mano derecha pero la
izquierda no. Le tomó casi tres años lograr que la mano quedara quieta sin
temblar. A veces la veía temblando y parecía a los pacientes de Parkinson. En
momentos así pensaba que jamás podría lograr mover la mano.
Llegaba el verano y con las vacaciones de un solo mes, porque siempre la he llevado a clases en junio, echaba para atrás todo lo adelantado. Yo hasta pensé si podía hacerle terapia de pulsación electrónica a ver si lograba mover los dedos de la mano izquierda, pero ni doctora ni terapista lo permitieron.
No me rendí porque Mariela no se rindió y porque siempre ha tenido a su
lado a una maestra como pocas que he conocido en mi vida, Liza Freire. Por
cuatro años ha estado tratando de mover la mano izquierda, y sumados a los
otros dos, son un total de seis años ininterrumpidos, de muchos sacrificios.
Tiempo, dinero y energías, pero estamos ahí.
Hoy, como todos los lunes, tuvo la clase grupal y luego la individual.
Le dolía un poco la mano cuando llegó a la individual. Había tocado cinco
piezas en la grupal y al llegar a la clase sola, se apretaba con la derecha los
nudillos de la izquierda. Le pregunté si quería parar y tajante como siempre me
dijo “Claro que no mamá”, y yo salí del salón a buscarle agua, más bien como
pretexto para yo coger aire.
Al entrar de nuevo al salón me llevé la mayor de las sorpresas. El repertorio
que lleva practicando hace cuatro años, lo completó. Se trata del primer libro Suzuki,
ese método japonés donde se incorpora la sonidización y la diversión para que
los estudiantes aprendan repitiendo. Mediante juegos e inventivas de la
maestra, van aprendiendo a leer música. Ahora Mariela ya ha llegado a coger otras
clases, que toma los sábados, de Fundamentos de la Música, laboratorio y
solfeo, con el profesor Pagán, allí mismo en el Conservatorio, y combina lo
aprendido en Suzuki con la enseñanza tradicional.
Pues resulta que hoy tocó Allegretto 1 que era la canción que le faltaba
de aprender. En total ha aprendido sobre 20 piezas del libro y de otras fuentes.
Música de alemanes e italianos, de japoneses, franceses e ingleses. Música del
cancionero boricua y hasta de Mozart.
Lloré de la emoción y ella también. Y sé porque así siempre sucede, que
su maestra también se emocionó al ver ese logro. ¡Mi hija pudo tocar la pieza,
sólo falta perfeccionarla!
Mi mayor emoción es que este semestre ya ella fue invitada a participar
en el Tercer Encuentro Multi Pianos y participará en un taller con uno de los
mejores maestros del método en el mundo, el profesor Bruce Henderson quien fue discípulo
del propio Shinichi Suzuki y vendrá a Puerto Rico a ayudar a los estudiantes de
Liza.
Yo no pretendo que mi hija sea la mejor. Ni tan siquiera espero que sea
una pianista consagrada ni mucho menos famosa. Lo único que quiero es que ella
sea feliz y sé que lo es porque se lo está disfrutando.
Sé que no está al nivel de la mayoría de los otros niños y niñas que
empezaron con ella en el piano, pero no me importa. Esto no es una competencia
sino un reto individual, y para Mariela, es un reto de vida. Es un propósito el
seguir avanzando, contra todo pronóstico, rechazo y dificultad que enfrenta,
desgraciadamente, como le pasa a todos los nenes con algún diagnóstico o
condición especial.
Mientras pienso en eso, suena otra vez el teléfono. Esta vez es su papá
que la llama y ella le dice: “Hola papi, no puedo hablar contigo porque Paola
me está llamando de nuevo. Ella es mi amiga. Bye”, y engancha para rápido
volver a hablar con su amiga. Empieza a hablar feliz, en su mundo, ajena de mis
elucubraciones y sentimientos, y se ríe.
Y mientras escucho el sonido de su risa pienso que es bien dulce el
sabor de la perseverancia.
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