Son tan sólo las 6:03 de la mañana. Lo sé porque lo leí en la esquina inferior derecha en la pantalla del televisor, sintonizado en el noticiero del Canal 4. Entre las noticias usuales de los tapones en la carretera, el informe del tiempo, el político corrupto del día y los asesinatos, salen las indescriptibles caras escuálidas de negros africanos. Famélico entorno familiar para los países donde nunca llega la abundancia, ni la comida, ni los Ipads.
Miro a la pantalla sin pensar que en medio del ajoro de vestirse y desayunar para iniciar la jornada diaria, me iría yo a topar con una pregunta existencialista de las que suele hacerme mi hija casi a diario.
-"Mamá, ¿Por qué no hay comida para los niños y las personas de Áfria y Haití". me preguntó, dejándome sin aire.
Inahlé. Pensé. Y luego dije: "Es que hay una cosa que se llama capitalismo desmedido, que significa que hay poquitas personas en poquitos países que tienen muuuchooo dinero y muuuchaa comida, pero hay una mayoría de las personas que no tienen ni dinero ni comida. Eso es lo que pasa".
Pensé que era la mejor forma de resumirle en su idioma más sencillo las teorías, los libros, las utopias y las dialécticas.
-"Mamá, ¿Y por qué la gente no comparte? Hay que ocmpartir. Es bien fácil mamá", me dice ella, con la inocencia que no puede ocultar la certeza sabia y recta de sus palabras.
Sentí la punzada en el centro del corazón. Sí, esa misma que te aprieta el pecho a la vez que te lo engrandece de emoción y te empuja a salir una que otra lagrimita, pero no lloré. Sonreí y la miré, sabiendo que ella está clara.
Todo es sencillo en la vida. Somos los adultos los que lo complicamos todo.
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