Camino a la escuela para su primer día de
clases, me tomó de la mano y me dice:
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“Mamá,
¿por qué no le rezamos a Papá Dios como tú haces?”.
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“Claro,
hija mía. Vamos a rezarle. Si quieres empieza tu”, le digo.
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“Ok.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Papá Dios. Te pido que
yo no sea tímida en el octavo grado. Y que ni tampoco mi mano se ponga con
ánimo para que esté tranquilita”, dice ella, y reza el Padre Nuestro.
En idioma marielesco, la mano con ánimo es la
mano que le tiembla porque tiene debilidad. A veces ocurre cuando se pone
nerviosa.
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“Mariela,
si le pides a Papa Dios con fe, ya verás que todo saldrá bien. Él va a estar
contigo”, le digo.
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“Sí,
Mamá. Yo lo sé pero lo que sea”, me dice.
Y llegó a su escuela y nos despedimos.
Transcurrió su día normal y la paso a recoger a la hora de salida.
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“!
Mamá, Mamá! ¿Sabes qué me pasó?”, me pregunta ella, llena de alegría, tan
pronto me ve.
- -
“Dime.
¿Cómo te fue en tu primer día?”, le pregunto.
- -
“Mamá
estuve bien tranquila y no me puse tímida ni mi mano se puso con ánimo. Disfruté
mucho en la escuela con las nuevas amigas. Creo que Papa Dios me escuchó”.
- -
“Así
fue mi amor. Así fue”, le dije.
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