Saturday, January 11, 2014

“Me duele el brazo”: cuando un hijo tiene dolor

-“Mamá me duele el brazo. Me duele, me duele”, así, y con lágrimas en sus ojos, a gritos, se levantó mi nena esta mañana, mientras caminaba, frotándose el brazo.

Corrí a su lado, le puse crema, le dí el masaje que suelo hacerle en las mañanas cuando se levanta así desde bebé, y le dije que se le pasaría el dolor. Media hora más tarde, todavía decía que le dolía.

-“Es que me duele mamá”, decía ella, al rato. Luego le unté una de esas cremas que le compro a  un artesano, que apesta a eucalipto o a mentol, y que penetra la piel para calentar esos músculos fríos.

Casi siempre es así cuando ella se levanta en las mañanas, luego de una semana de mucha actividad. O si el día antes tuvo que hacer algún esfuerzo fuera de lo normal le duele el brazo, o la mano, o la pierna. Y yo corro con la cremita, el Ben Gay, Icy Hot o el mentol, y la sobo y sobo y sobo hasta que se le pasa. Muchas veces es cuestión de calentarle el músculo para que pueda hacer cosas sencillas como levantarse de la cama, lavarse la boca o peinarse en las mañanas. Otras, como hoy, sigue entumecida por varias horas.

Si no está conmigo, sus abuelos ya la conocen bien. Mi mamá siempre la ha sobado desde bebé, y también recibe buenos masajes de papi. Sus abuelos la tongonean un rato  y a los cinco minutos ella está de lo más feliz. Se olvida del dolor.

Las doctoras me dicen que es normal con su condición. Le he hecho placas, MRIs y pruebas con ortopedas y fisiatras, pero es “parte de”, es el “package” como me dijo un especialista una vez en Centro Médico. Sí, ese fue el mismo médico que también me dijo “mamá no te preocupes porque ella siempre va a caminar como una anormalcita”…. ¡Idiota! Un día de estos escribiré algo de ese imbécil, pero hoy no.

Lo cierto es que los niños, especialmente aquellos con alguna condición especial como lo es la perlesía cerebral experimentan siempre algún tipo de dolor. Eso es una constante en sus vidas. Según un estudio que leí del hospital Holland Bloorview (Holland Bloorview Kids Rehabilitation Hospital) un 25% de los niños con perlesía cerebral están siempre con dolor de moderado a severo. El dolor le puede limitar su nivel de actividad.

Por todo lo que he leído, lo que sigo leyendo, y lo que me dicen los médicos, en el caso de mi nena, todo es manejable. Hay casos mucho más fuertes, especialmente cuando cae la noche que quizás por el frío o la humedad, hace que les duela más. A estos niños les recetan medicamentos o relajantes musculares. En el caso de Mariela, sé que tiene que volver a hacer sus bailes, y pronto espero llevarla a clases. El movimiento la ayuda a fortalecer los músculos y evitar el dolor que provoca la espasticidad. Por suerte nunca le han recetado medicamentos.

Las veces que he viajado a Disney World con Mariela he tenido que alquilar una silla de ruedas para ella. Para mí es bien difícil emocionalmente hacerlo, y trago gordo cuando me toca, pero no hay de otra porque tengo que evitarle dolores. Ella no puede hacer las largas caminatas, porque empieza a temblar y sencillamente no puede caminar. Mi hermano y yo dijimos decíamos que estaba “tembluzca” porque temblaba mucho cuando tenía que caminar, así que todos optamos por la silla de ruedas. Pero el año pasado fui yo la que acabé destruida porque ya ella pesa y tuve que empujar esa silla por cuanto parque de diversiones hay en Orlando, pero ella se lo gozó.

Acá, las pocas veces que puedo ir a Plaza Las Américas, tiene que ser con una calma desesperante. La enormidad del centro comercial la cansa. Si entramos por la tienda Sears y quiero ir a la otra esquina, en Macy’s, el camino es lento, sólo para evitar que se canse más.

Siempre ha sido así. Cuando era chiquita, solía cargarla para que muchos amigos y familiares no se dieran cuenta de que ella, sencillamente no podía caminar o que se cansaba. Pienso que son las lecciones de paciencia y perseverancia que ella y el universo  me dan. Con el tiempo y las interminables terapias, se ha ido fortaleciendo.

Por el hecho de que camina, baila y no se está quieta, nunca he querido sacar un carnet de personas con impedimento para mi carro, aunque a veces quisiera tenerlo por ella. No lo hago porque pienso que hay muchos que lo necesitan más que ella. También hay muchos que abusan de ese privilegio.

Lo cierto es que cuando le viene un dolor, que siempre es muscular, yo reflexiono. Estos momentos sirven también como recordatorio de que siempre debo estar pendiente a lo que dice mi nena.

La trato de preparar anímicamente y le doy seguridad de que estoy a su lado, que no la voy a abandonar.

Con Mariela trato de hacer actividades para despejar su mente y pensar en otras cosas que no sea el dolor. Si tengo el tiempo, vemos películas o jugamos. Cuando hay que salir o ir a la escuela es más difícil porque casi no hay tiempo. En esos momentos lo más rápido y recomendable es hacerse la payasa. Yo me pongo a cantar y a bailar, muevo las caderas y las nalgas, y mis monerías la hacen reír. La risa siempre es remedio santo.

Otras veces le hago cuentos. Hago que imagine que está volando por el cielo como un ave, o entre las flores como una mariposa. Le pido que piense en el viento, en el olor de las flores, en el sonido de los pajaritos. Usando esas metáforas hago que busque en sus cinco sentidos formas de relajarse.

Y otras le pido que cante. Ahora mismo tiene la fiebre de la película “Frozen” y se sabe todas las canciones. Yo tengo que armarme de paciencia porque berrea y canta malo, pero ella se siente toda una diva cuando entona “Libre soy” o “¿Y si hacemos un muñeco?”, que son las melodías del filme.

Lo más esencial es evitar que yo me ponga nerviosa porque eso se transmite. Entonces ella se llena de ansiedad.  Y yo no sé qué es peor, si ver a una hija con dolor o no saber cómo ayudarla. Me desespera, me rompe el corazón y a veces los oídos, cuando empieza a llorar o a gritar con dolor. Pienso que quizás es como yo, que la tolerancia al dolor no es mucha. Por eso tengo que calmarme, para que ella esté calmada. Abrir mi corazón, para que ella abra el suyo. Sentir para que ella sienta. Orar con ella.

Sólo sé que con paciencia, respirando profundamente y con una buena dosis de optimismo, fe y alegría, todo se puede.

(Nota: El vídeo a continuación fue lo que inspiró esta entrada al blog)




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