Wednesday, September 12, 2012

Sin ella


No sé si esto es normal o es simplemente una manifestación de dependencia o codependencia, o ambas cosas, pero lo cierto es que extraño a mi hija.

Llevo sólo tres días separada de la nena y ya no aguanto más. Estoy deseosa de verla, de abrazarla y besarla. No puedo esperar a que me haga sus cuentos, a que me salga con sus ocurrencias, a verla bailar y berrear con esa sonrisa cada vez que siente que es María Callas, o mejor dicho, Katy Perry. Y por qué no, hasta espero que me tire alguno de sus gritos cuando le sale lo de voluntariosa, mostrándome como si fuera un espejo de que lo que hacía en esa edad con mi madre. Y aunque he hablado todos los días con ella y he recibido sus mensajes de texto y ella los míos, no es lo mismo.

Simple y llanamente extraño a mi hija.
Creo que esto le debe pasar a la mayoría de los padres y madres, pero siento que para aquellos como yo, que  tenemos hijos especiales que requieren de nuestra compañía y apoyo constante para todo en su vida, estar separado de un vástago es como si le cortaran un brazo a una. Es que con mi hija hago todo. La ayudo a comer, a amarrarse los zapatos, a lavarse los dientes o a limpiarla cuando no puede moverse, como a veces le pasa a ella.

Mi vida gira por completo en torno a ella y lo que ella necesita. Trabajo por que ella tenga lo que necesita y lucho por buscar lo que se le niega. El hastío de las dichosas esperas por que salga de sus terapias o citas, la paciencia que no tengo pero que me tiene que nacer cuando se tarde 30 minutos en escribir una oración en una de sus tareas escolares y el ver la gente que no entiende lo que ella dice cuando habla son parte normal para mi. Lo anormal es lo que vivo días como hoy, sin tenerla a mi lado.

A pesar de que siempre he sido una persona tan independiente, siento que mi hija es parte indispensable de mi ser y la necesito. Necesito escuchar las carcajadas que se saca a diario y que son tan contagiosas que no puedo parar de reir con ella. Necesito sus abrazos fuertes y escuchar cada vez que ella me dice “I love you”.

Voy con ella para arriba y para abajo. Jugamos juntas con sus mascotas. Me tengo que disfrazar como belly dancer o como dragón o como Angry Bird. O tengo que pintarme la cara de verde como Frankie la de Monster High, dependiendo del mood que ella tenga ese día. Paños en la cabeza, pintura en la cara o cuanto collar me exija, me lo pongo por el simple placer de verla reír y compartir con ella.

Imagino lo duro que debe ser para los padres que están separados de sus hijos, por eso yo no me separo de la mía. La llevo a la oficina o al foro que tenga que ir. Es mi compañía.

Y pienso que el tiempo pasa súper rápido, por eso hay que aprovechar cada espacio y estar con los hijos. A pesar de lo complicado que puede ser la vida, uno no puede permitir que sea el televisor o la computadora quien los críe, los entretenga y de quien aprendan. Uno es madre o padre y no concibo delegar esta responsabilidad y este privilegio a nada, por eso trato de estar con ella para que en un mañana, cuando ella crezca, siempre sepa que su mamá estuvo allí con ella para apoyarla.

Hay que respirar y vivir el ahora. El pasado ya se fue. Mi hija crece y tiempo que pase sin ella es tiempo que me pierdo de verla florecer en una joven hermosa. Mi mayor anhelo es verla convertida en una mujer segura, sensible y compasiva, que sea autosuficiente, pero sobre todas las cosas, que ame y sea feliz.

Y en el ínterin, me la gozo y aprendo de ella cada día.

Querida Mariela: en unas horas llego a casa con Dios por delante. Ya mismo te veo. Te quiero.

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