Sunday, August 10, 2014

Uniceja

La única e inigualable Frida Khalo

Dedicado a mi tía  Prof. Tiny Rodríguez-Paz

Fue como para el 1977 cuando yo no tenía la menor idea de quién era Frida Kahlo, pero me parecía a ella. O más bien, me parecía a Beto, el personaje ese de Plaza Sésamo que andaba, comía y dormía siempre con Enrique en una relación casi simbiótica y que años más tarde entendí que era una homosexual. Compartía con Beto y con Frida eso de ser uniceja.  

De un lado a otro de mi frente lo cubría esa área pilosa, espesa, abundante, que hacía ver mi cara más redonda de lo que en realidad era. También tenía el bigote ese que las mujeres niegan tener, pero que delata mi herencia de las mujeres blancas Rodríguez con muchas cejas, bigotes y patillas. Pero la uniceja era lo peor. Estaba ahí. Amplia, espesa, peluda. Parecía una raya escrita con magic markers negro. Yo tenía como ocho años y estaba harta. Harta y me creía grande. Siempre me mandé y siempre fue voluntariosa.

Yo quería ser grande y no tener  la uniceja esa. Así que un día me metí en el baño de casa, cogí la navaja de afeitar de Papi y me la pasé con un poco de jabón por entre las cejas. Y “voilá”. ¡Por fin me veía como una “muchacha” normal”. Muchacha, pero de ocho años. Estaba feliz y no le dije nada a nadie. Callé como siempre que tengo algo entre manos. Pero me descubrieron. Duró poco esa alegría solitaria.

Lo que no me imaginaba era que mi tía María, o Tiny, como le llaman, iría a casa de abuela y me llevó con ella al banco. Allí en esa interminable fila del Banco Popular en la Avenida Borinquen, porque siempre interminables esas filas, esperaba tranquila frente a titi. Cuando de pronto, ella se vira mi dice:
-“Sandra Denise, ¡qué tú te hiciste en las cejas!”

-“Nada Titi”, le contesté, y empecé a llorar.

-“Pero ¿Cómo va a ser? ¿Qué va a decir tu papá y tu mamá de esto? ¿Te afeitaste? No puede ser. Eso no se hace”, y mientras tocaba los tocones entre mis cejas, siguió con una cantaleta que jamás en mi vida olvidaré.

Me llevó por todo el Barrio Obrero hasta casa de Abuela regañándome. “Mira lo que se hizo Sandrita”, le decía a abuela. Cuando llegué a la casa, Abuela también me regañó y mi otra tía, Sarin, también.

-“Ay dejen eso, eso no es ná”, dijo el abuelo Maro, consintiéndome como siempre, pero con ese cansancio que provoca el cáncer terminal ese que meses más tarde lo dominó.

Esa fue la primera y la única vez que mi tía Tiny me regañó en la vida. También fue la primera y única vez que mi otra tía Satin y mi abuela Sara me regañaron. El mangue que me dieron fue tan fuerte que todavía, 36 años más tarde, me acuerdo como si fuera hoy.

Mariela, mi pequeña Frida
Fast forward al 2014 y ahora entiendo lo que quitarse la uniceja significa. Es sinónimo de crecer, de convertirse en preadolescente, en dejar de ser la nena. Y ese proceso de ver la transformación lo viví hoy con mi hija.

De lo poco que sacó de mi fue esa uniceja, aunque a decir verdad, en la familia de su padre hay unos cuantos así también. Pero sé que mi hija también sacó de mí el bigotito, las patillas, el tener muuuuuchooo pelo y la uniceja.

Desde bebé todo el que la conocía me decía algo de la uniceja de Mariela y yo siempre se la celebraba. Me encantaba ver una versión miniatura de la esplendorosa Frida Khalo. Veía similitudes entre ambas, con retos físicos pero con igual tenacidad y deseos de superación. Y como Frida, mi hija siempre ha amado las artes.

Siempre la he llevado a museos, a conocer artistas, pintores, músicos y bailarines, para que ame el arte. Una vez, cuando tenía como año y medio la peiné como Frida y le mostré algunos de sus autorretratos. Mi hija quedó fascinada y ahí me fastidié porque me obligaba a peinarla así. Formaba perretas cuando le ponía cuatro en vez de cinco rosas en el pelo, y yo consintiéndola, la veía como mi Frida.

Creciendo.
Pero mi hija está creciendo y ya es casi una jovencita. No es tan acelerada como yo, pero sí es coqueta y presumida, así que sabía que la uniceja tendría que irse algún día. Así que le prometí que antes de entrar al séptimo grado se la quitaría. Eso pasó hoy.

Y hoy reviví el miedo y el nerviosismo que pasé a mis ocho años. Mientras la iban arreglando, a mí me sudaban las manos, me latía rápido el corazón y tenía la lagrimita a punto de salir. ¡Mi hija está creciendo! ¡Ya no es una bebé!

Ella estaba feliz, coqueta como siempre y ajena a mi tormento interno. Y como siempre, fue ella la que me dio la tranquilidad.
 
Es coqueta y presumida.
-“Mamá, ya no soy tanto como Frida, pero creo que estoy bella. Me gusta”,  me dijo.


Y yo, feliz, entonces, recordé a Rubén Darío y pensé “Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella”. Ella con o sin su uniceja, es mi estrella.

"Entre sus cejas vi brillar una estrella".

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