La única e inigualable Frida Khalo |
Dedicado a mi tía Prof. Tiny Rodríguez-Paz
Fue como para el 1977 cuando yo no tenía la
menor idea de quién era Frida Kahlo, pero me parecía a ella. O más bien, me
parecía a Beto, el personaje ese de Plaza Sésamo que andaba, comía y dormía
siempre con Enrique en una relación casi simbiótica y que años más tarde
entendí que era una homosexual. Compartía con Beto y con Frida eso de ser
uniceja.
De un lado a otro de mi frente lo cubría esa área
pilosa, espesa, abundante, que hacía ver mi cara más redonda de lo que en
realidad era. También tenía el bigote ese que las mujeres niegan tener, pero
que delata mi herencia de las mujeres blancas Rodríguez con muchas cejas,
bigotes y patillas. Pero la uniceja era lo peor. Estaba ahí. Amplia, espesa,
peluda. Parecía una raya escrita con magic markers negro. Yo tenía como ocho
años y estaba harta. Harta y me creía grande. Siempre me mandé y siempre fue
voluntariosa.
Yo quería ser grande y no tener la uniceja esa. Así que un día me metí en el
baño de casa, cogí la navaja de afeitar de Papi y me la pasé con un poco de
jabón por entre las cejas. Y “voilá”. ¡Por fin me veía como una “muchacha” normal”.
Muchacha, pero de ocho años. Estaba feliz y no le dije nada a nadie. Callé como
siempre que tengo algo entre manos. Pero me descubrieron. Duró poco esa alegría
solitaria.
Lo que no me imaginaba era que mi tía María, o
Tiny, como le llaman, iría a casa de abuela y me llevó con ella al banco. Allí
en esa interminable fila del Banco Popular en la Avenida Borinquen, porque
siempre interminables esas filas, esperaba tranquila frente a titi. Cuando de
pronto, ella se vira mi dice:
-“Sandra Denise, ¡qué tú te hiciste en las
cejas!”
-“Nada Titi”, le contesté, y empecé a llorar.
-“Pero ¿Cómo va a ser? ¿Qué va a decir tu papá
y tu mamá de esto? ¿Te afeitaste? No puede ser. Eso no se hace”, y mientras
tocaba los tocones entre mis cejas, siguió con una cantaleta que jamás en mi
vida olvidaré.
Me llevó por todo el Barrio Obrero hasta casa
de Abuela regañándome. “Mira lo que se hizo Sandrita”, le decía a abuela. Cuando
llegué a la casa, Abuela también me regañó y mi otra tía, Sarin, también.
-“Ay dejen eso, eso no es ná”, dijo el abuelo
Maro, consintiéndome como siempre, pero con ese cansancio que provoca el cáncer
terminal ese que meses más tarde lo dominó.
Esa fue la primera y la única vez que mi tía Tiny me regañó en la vida. También fue la primera y única vez que mi otra tía Satin y mi abuela Sara me regañaron. El mangue
que me dieron fue tan fuerte que todavía, 36 años más tarde, me acuerdo como si
fuera hoy.
Mariela, mi pequeña Frida |
Fast forward al 2014 y ahora entiendo lo que
quitarse la uniceja significa. Es sinónimo de crecer, de convertirse en
preadolescente, en dejar de ser la nena. Y ese proceso de ver la transformación
lo viví hoy con mi hija.
De lo poco que sacó de mi fue esa uniceja,
aunque a decir verdad, en la familia de su padre hay unos cuantos así también.
Pero sé que mi hija también sacó de mí el bigotito, las patillas, el tener
muuuuuchooo pelo y la uniceja.
Desde bebé todo el que la conocía me decía algo
de la uniceja de Mariela y yo siempre se la celebraba. Me encantaba ver una
versión miniatura de la esplendorosa Frida Khalo. Veía similitudes entre ambas,
con retos físicos pero con igual tenacidad y deseos de superación. Y como
Frida, mi hija siempre ha amado las artes.
Siempre la he llevado a museos, a conocer
artistas, pintores, músicos y bailarines, para que ame el arte. Una vez, cuando
tenía como año y medio la peiné como Frida y le mostré algunos de sus
autorretratos. Mi hija quedó fascinada y ahí me fastidié porque me obligaba a
peinarla así. Formaba perretas cuando le ponía cuatro en vez de cinco rosas en
el pelo, y yo consintiéndola, la veía como mi Frida.
Creciendo. |
Pero mi hija está creciendo y ya es casi una
jovencita. No es tan acelerada como yo, pero sí es coqueta y presumida, así que
sabía que la uniceja tendría que irse algún día. Así que le prometí que antes
de entrar al séptimo grado se la quitaría. Eso pasó hoy.
Y hoy reviví el miedo y el nerviosismo que pasé
a mis ocho años. Mientras la iban arreglando, a mí me sudaban las manos, me
latía rápido el corazón y tenía la lagrimita a punto de salir. ¡Mi hija está
creciendo! ¡Ya no es una bebé!
Ella estaba feliz, coqueta como siempre y ajena
a mi tormento interno. Y como siempre, fue ella la que me dio la tranquilidad.
-“Mamá, ya no soy tanto como Frida, pero creo
que estoy bella. Me gusta”, me dijo.
Y yo, feliz, entonces, recordé a Rubén Darío y
pensé “Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella”. Ella con o sin su
uniceja, es mi estrella.
"Entre sus cejas vi brillar una estrella". |
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